Estamos en la noche del solsticio de verano, el día más largo del año. Una época excepcional, llena de un ilimitado poder y misterio
Se encuentra de pie en un amplio y apartado claro, flanqueado a tres bandas por las oscuras y perennes faldas de la madre naturaleza. Detrás de usted se extiende un ondulante campo de maíz en época de crecimiento.
Arriba, brilla la luna. Una luna llena que proyecta la luz de la vía láctea en muestro planeta, igual que el pecho de una madre que espera el momento de amamantar a su hijo. El resto de cielo extiende por la órbita resplandeciente, negro y aterciopelado, salpicado por una multitud de estrellas centelleantes.
Respira profundamente, aspira los aromas dulzones de un fresco día de verano. El campo, la oscuridad, los sonidos de la noche, el bosque y la luna, todo se confunde en un tiempo que no existe.
Cuando mira alrededor del claro, se da cuenta de que no es más que una entre montones de personas; viejas, jóvenes, robustas o delgadas. Ellas, como usted, han venido de distintos lugares lejanos para estar aquí esta noche. Un mar de rostros, que apenas logra enmascarar la expresión de sorpresa, emite susurros que se funden con los insectos nocturnos. Reina una atmósfera de paz y unidad con ambos mundos.
Un secreto, igual que el rumor de una suave ola, se mueve entre la multitud. En silencio, todo el mundo forma un círculo. Una nube solitaria corre a saludar a la luna y ensombrece su brillo por un instante.
En la oscuridad, hombres, mujeres y niños se cogen de las manos. Una vez más, la luz se filtra entre la gente; puede oírse el murmullo asustado de la multitud.
En el centro del círculo, vacío hace unos minutos, está intensamente iluminado por el aura de una mujer.
Ella es diferente. Usted trata de escudriñar en sus recuerdos pero no es capaz de evocar a nadie igual, ni en esta vida ni en ningún retazo de memoria que su sórdido cerebro le permite rememorar.
Exhibe un porte erguido y orgulloso. Sus delicados y, a la vez, fuertes brazos se elevan hacia el cielo, atrayendo la luz de la luna hacia su pecho. Hacia su alma. Está recubierta de un material brillante que ningún ser humano ha fabricado todavía. Es maravilloso presenciar cómo la envuelve, como carne fina que besa la noche.
Algunas personas la ven como una belleza de cabellos de color azabache y otros como una princesa de cabellos dorados. Sin embargo, hay personas que ven a una feroz guardiana pelirroja. Para usted, su piel parece de color miel de almizcle pero para el hombre que está a su lado brilla como ébano pulido.
Entonces se da cuenta de que está conectado con los pensamientos de todas las personas del universo. Mirar su rostro radiante significa que le roben el aire de los pulmones y jadea con los ojos pestañeando, ligeramente temeroso de ahogarse en la lógica de la nada. La sensación desaparece, su respiración se normaliza y su corazón late con fuerza.
Mirar dentro de ella es experimentar lo divino... ¡La Diosa!
La mente racional no acepta la premisa creativa de la divinidad. Por este motivo, usted se debate internamente entre si está observando carne humana o un producto de los cielos. Unos le han dicho que ese ser humano es Aradia, la Reina de las Brujas. Otros le han dicho que es la encarnación de la propia Diosa y otros dicen que es la hija de la Diosa, ya que ella no pudo encarnarse totalmente en ser humano.
Independientemente de su lucha, sabe que ha estado esperando mucho tiempo para verla. Aunque las personas que se encuentran aquí le resultan totalmente extrañas, finalmente se siente como en casa. Éste es el lugar al que pertenece.
Ella habla, su voz plateada resuena fuert y real. Atónito, contempla cómo los más altos Arboles del claro se inclinan con respeto cuando ella empieza la invocación:
¡Escuchad mis palabras y conocedme!¡Me llamarán de mil maneras!
¡S0y la doncella eterna!¡Soy la gran madre!¡Soy la anciana que posee la llave de la inmortalidad!
¡Estoy envuelta en misterio, pero todas las almas me conocen!
Pero Aradia se limita a sonreír y atraer hacia sí a la niña. Coloca los brazos como si quisiera acunarla y, éstos, antes deshabitados, cogen a la niña y la acercan a su pecho. La madre se queda al lado de un espacio vacío en el círculo.
Si hubiera una única persona entre la multitud que no creyera en su realidad, seguramente aparecería en este momento, mientras la pequeña descansa en el hombro de Aradia con apacible alegría.
hacia los cielos, los niños vendrán a mí. Una vez al mes, durante
la luna llena, se reunirán en un lugar secreto, como éste, y
adorarán mi espíritu. ¡El espíritu de la Reina de las Brujas!
Y bajo mi mirada vigilante, mis hijos aprenderán acerca de los
misterios de la tierra, la naturaleza y los caminos de la magia.
¡Lo desconocido se dará a conocer y se revelará lo oculto, incluso
las almas se verán traspasadas por mi luz!¡De mi
caldera se beberá todo el conocimiento y la inmortalidad!
Aradia empieza a deslizarse despacio por el círculo de gente, mirando atentamente todos los rostros entre las sombras. Dice:
celebraciones. ¡La música os rodeará, ya que mío es el extásis del
Espíritu y mío también es el júbilo de la tierra!
todas las cosas vivientes!
crecer de nuevo, igual que las estaciones se suceden a ritmo
suave una detrás de otra, desde la siembra hasta la siega, desde
la muerte aparente hasta el renacimiento... Así mis hijos
descubrirán su propio camino en los dos mundos!
La mano de ella toca con delicadeza su hombro y transmite un extático torbellino de energía que recorre todo su cuerpo y después se posa en su estomago. Habla con un susurro que, sorprendentemente, todo el mundo puede escuchar:
Amaré y no haré daño a nadie.
Viviré, amaré, moriré y reviviré.
Conoceré, recordaré, sabré,
y abrazaré una vez más.
En beneficio de todos, y sin perjuivio para nadie.
Mi voluntad es
Que así sea haga
¡Y así será!
Nota: El original de "El poder de la Diosa" fue escrito por Doreen Valiente para utilizarlo en rituales gardnerianos.
Etiquetas: Relatos paganos
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